La Perla en Peligro: Convertir el ecocidio en delito en Uganda

Este artículo ha sido escrito por Ninsiima Louis Kandahura, defensora del clima y narradora, y Calvin Stewart Obita, defensor de los derechos humanos.


Uganda, a menudo llamada "la Perla de África", alberga bosques frondosos, suelos fértiles y vastos humedales. Sin embargo, estos tesoros están desapareciendo a un ritmo alarmante. La destrucción del medio ambiente ya no es sólo una amenaza para la biodiversidad, sino una crisis que socava los medios de subsistencia, las culturas y los derechos. En este contexto, hay un concepto que exige una urgente atención: el ecocidio..

Pongamos el ecocidio en contexto

La idea de ecocidio, el matar nuestros ecosistemas, adquirió reconocimiento mundial por primera vez durante la guerra de Vietnam, cuando el uso del agente naranja diezmó bosques y envenenó a generaciones. Juristas como Richard Falk y Lynn Berat ampliaron posteriormente la idea, vinculando el ecocidio a la destrucción de especies o ecosistemas enteros. En 2021, un panel de expertos independientes convocado por la Fundación Stop Ecocidio propuso una definición: cualquier acto ilícito o arbitrario perpetrado a sabiendas de que existen grandes probabilidades de que cause daños graves extensos o duraderos al medio ambiente.

Aunque el crimen de ecocidio aún no ha sido reconocido por la Corte Penal Internacional, ha cobrado fuerza en todo el mundo. Trece países ya lo han tipificado como delito a nivel nacional, y la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos consagra el derecho colectivo a un medio ambiente satisfactorio.

El panorama jurídico de Uganda

La Constitución de Uganda garantiza explícitamente el derecho a un medio ambiente limpio y saludable en su artículo 39. Los tribunales han hecho valer este derecho en casos históricos. En el caso Greenwatch contra el Fiscal General y NEMA (2002), el Tribunal Supremo afirmó que los grupos de la sociedad civil podían litigar por daños medioambientales incluso aunque no hubiera daños personales directos. Del mismo modo, en el caso ACODE contra el Fiscal General y NEMA (2004), el mencionado Tribunal subrayó la obligación del Estado de prevenir la degradación ambiental.

Sin embargo, las reparaciones siguen siendo en gran medida civiles o administrativas. Se quedan cortas ante una destrucción irreversible, por ejemplo cuando se arrasa con humedales o bosques enteros. Los daños y perjuicios civiles no pueden restaurar un ecosistema desaparecido. La responsabilidad penal es la pieza que falta.

El caso de Tsama William y otros contra el Fiscal General ilustra esta laguna. Las comunidades de Bududa, asoladas desde hace tiempo por mortíferos corrimientos de tierras, demandaron al Estado por no establecer protecciones eficaces. El tribunal aún no ha dictado sentencia, pero el caso pone de relieve los límites del marco actual de Uganda: los desastres ambientales previsibles devastan comunidades, pero la ley tiene dificultades para que los responsables rindan cuentas por ello.

Jirafa en el Parque Nacional de las Cataratas Murchison, Uganda. Crédito: Ivan Sabayuki/ Unsplash.

El ecocidio como cuestión de derechos humanos

La relación entre el ecocidio y los derechos humanos es evidente. La Comisión Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos estableció esta conexión de forma contundente en el caso SERAC contra Nigeria, en el que declaró responsable al gobierno nigeriano por no proteger al pueblo ogoni de los graves daños ambientales causados por la explotación petrolífera. La Comisión afirmó que los derechos ambientales son inseparables de los derechos a la vida, a la salud y a la dignidad.

Uganda tiene obligaciones similares en virtud de tratados como el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y la Convención sobre los Derechos del Niño. Se ha interpretado que ambos instrumentos exigen protección contra la degradación ambiental. Para pueblos indígenas como los batwa, cuya supervivencia cultural y física depende de los ecosistemas forestales, la deforestación equivale a la extinción cultural.

Por qué Uganda necesita una ley de ecocidio

La Constitución y los estatutos de Uganda reconocen los derechos ambientales pero, sin legislación sobre ecocidio, su aplicación sigue siendo deficiente. La tipificación del ecocidio como delito armonizaría la legislación nacional con las normas internacionales de derechos humanos, garantizando que la destrucción ambiental a gran escala sea objeto de una verdadera rendición de cuentas.

Una ley así no sólo castigaría, sino que también disuadiría. Señalaría que el daño grave, extenso o duradero a los ecosistemas de Uganda no es sólo un desafortunado subproducto del desarrollo, sino un crimen contra las personas, la cultura y las generaciones futuras.

Conclusión

El ecocidio no es una teoría jurídica lejana. Es una realidad vivida por las comunidades ugandesas que se enfrentan a inundaciones, corrimientos de tierras y colapso ecológico. Nuestros tribunales han reconocido el derecho a un ambiente sano, pero los derechos sin aplicación son frágiles. Al penalizar el ecocidio, Uganda daría un significado real a sus promesas constitucionales y se uniría al creciente movimiento internacional para defender a la Tierra como nuestro hogar común.

Ahora es el momento de actuar, antes de que la "Perla de África" se pierda irremediablemente.

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